26 jun 2015

El recuerdo de la música.

A los científicos les gustaría que la música fuera una cuestión muy objetiva. He visto musicólogos midiendo determinados procesos musicales para evaluar la calidad de una pieza musical, como se miden los metros cuadrados de una habitación.
Pero la  música no creo que funcione así. La música es como una esponja que se va impregnando de lo que sentimos cuando la escuchamos. No me refiero a esa cosa cursi de la-música-que-escuchábamos-cuando-nos-conocimos, (que es una cosa muy útil para detectar al momento una comedia romántica mala), me refiero a todo tipo de circunstancias que han  sucedido durante la escucha y que han ido impregnando nuestro recuerdo de sensaciones de todo tipo. En primer lugar, de sensaciones musicales, claro. Uno se fija en un determinado instrumento que en un momento dado hace una figura interesante, en una magnífica conjunción de voces (ya sean vocales o instrumentales), en una cadencia, en cualquier cosa que nos haya despertado el interés musicalmente. Pero no sólo eso, también recordamos lo que sentimos cuando escuchábamos esa música, y ese sentimiento se ha grabado en la memoria de la pieza y acompaña su recuredo. Me refiero a sensaciones que van desde las más elementales, como por ejemplo que un día escuchando esa pieza se levantó súbitamente una suave brisa que nos refrescó y no abrió los sentidos a una audición más atenta, hasta sensaciones como las que referíamos más arriba sobre las comedias románticas malas.
Todo esto se ha puesto de manifiesto ahora que los científicos dicen que los enfermos de alzheimer recuerdan la música mucho más que otras sensaciones que percibieron y han olvidado ya.


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