14 dic 2010

Sin música.



“A las cinco de la tarde
A las cinco en punto de la tarde.” Llanto por Ignacio Sánchez Megías. Federico García Lorca.
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A esa hora de ayer nos enteramos de la muerte de Enrique Morente y titulamos nuestra entrada “sin palabras”. Hoy tratamos de recuperar la palabra pero perdemos la música, hoy no podemos escuchar música alguna.
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Suele decirse que nadie es imprescindible y será verdad. Pero también es verdad que hay unos pocos que son necesarios y alguno muy necesario.
Este blog ha querido ser un punto de encuentro de “todas las músicas” porque hemos defendido, no sé si con razón, que en el arte es bueno el diálogo, el encuentro, el cruce de caminos y no la confrontación, la competición y la guerra, que esto ya está presente en otras áreas de nuestra vida, como en la política o la economía. Bajo esa premisa Enrique Morente era un hombre casi imprescindible. Enrique Morente era un chico de Granada, un payo que se aficionó al flamenco y se casó con una bailaora gitana. Era también un chico de su época, no era un nostálgico del siglo XIX como muchos aficionados flamencos. Como los chicos de su época escuchó a los Beatles, se dejó el pelo largo, celebró a sus genios, (Picasso), y lloró a sus muertos, (Lorca o Miguel Hernández). Morente tenía un respeto tan grande por la vida y por la cultura que para él todas las músicas eran igual de importantes e igual de hermosas. Uno le ha visto al frente de un grupo local de Granada, sus “Lagartija Nick”, ni mejores ni peores que otros grupos y ha podido comprobar con qué seriedad, con qué concentración, ponía su voz para integrarse, como uno más, entre aquellos jóvenes rockeros. Le hemos visto cantar con sus palmeros, sus guitarristas, saliendo de la oscuridad y abriéndose a la luz con ese poderoso instrumento que tenía en los pulmones. Creando la luz de las tinieblas, que no otra cosa es el arte y Morente lo sabía hacer.
No sé si su éxito tan grande habrá causado envidia en algunos compañeros del cante. Por lo pronto hemos visto muchos flamencos en su duelo, pero si fuera así, habría que decirles que contra el bien hacer no hay envidia que valga.
Morente estuvo en mi ciudad este verano y no pude ir porque estaba de viaje. Afortunadamente, estuvo mi hija, que me comentó que hubo cierta falta de conexión del cantaor con el público, poco acostumbrado a las profundidades del flamenco. En este mismo blog le escribí una carta y le comenté lo difícil que es llegar al público joven con el flamenco cuando estás en un festival multitudinario.
Por el contrario le decía que lo ideal sería escucharlo en un corro de aficionados en una noche de verano en la Plaza Alta de Badajoz. En esos corros alguien empezaría a dar palmas, (después de largas conversaciones sobre lo divino y lo humano), y algún gitano con el arte metido en los huesos terminaría cantando una soleá. Para entonces toda la plaza estaría en silencio y su cante lo escucharía hasta la luna, como en un poema de Lorca.
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Sabemos que no es cierto pero parece como si la luna, (y todo el cosmos), pusiera atención para escuchar cuando Enrique Morente abría la boca y empezaba su cante.
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“Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado. “ Elegía. Miguel Hernández.

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