8 oct 2007

Maria João Pires




El sábado tocó Maria João Pires. Parece mentira pero así fue. No hubo una nota en la prensa local ni vimos por allí a la Concejala de (in)cultura ni autoridades locales, pero otra cosa hubiera sido más ofensiva ya que hablamos de un periódico que encabezaba al día siguiente las noticias de la ciudad con una referencia a la feria canina aquí celebrada o que se refería, días atrás, a la pianista invitada a estrenar las nuevas butacas del renovado teatro por ser "mundialmente conocida por su habilidad a la hora de tocar el piano"; y hablamos de una Concejala de (in)cultura que, en lo musical, tiene la zarzuela más rancia como referente y en lo cultural destaca por su esfuerzo en organizar la Semana Santa y las acciones relativas a la Virgen de la Soledad. Todo lo demás les desborda y entra de lleno en otros ámbitos ajenos a su bien ganado descanso espiritual.
Quien sí estuvo fue Felipe Hernández, presidente de la Sociedad Filarmónica de la ciudad, aunque sólo en la primera parte, porque además tuvimos que padecer, como siempre sucede aquí, la coincidencia de actos extraordinarios: al mismo tiempo que "la Pires" tocaba en el Teatro la orquesta de la Comunidad lo hacía en el otro foro musical, el Palacio de Congresos, con el trombonista Christian Lindberg, considerado el mejor trombonista del mundo. Así son las cosas.
Maria João Pires, promovió un centro para las artes en una "quinta" cerca de Castelo Branco, en la frontera con España, pero ha mantenido una dura lucha para sacarla adelante y ha tenido que sufrir la incomprensión de las autoridades lusas que no han querido apoyarlo. Leemos con pesar que el año pasado sufrió un infarto estando en Salamanca y fue intervenida en España, cancelando durante dos meses sus actuaciones por toda Europa. A raíz de sus desencuentros con las autoridades portuguesas ha fijado su residencia en Salvador da Baía (Brasil), donde intenta de nuevo poner en marcha sus proyectos de Art Impressions.
Todo esto son penas que tienen difícil arreglo, así que, centrándonos en lo importante, diremos que el sábado pudimos disfrutar de buena música de verdad. La magnífica personalidad de la pianista lusa la hace reconocible tocando la música de cualquier autor, lo cual puede estar mal visto en estos tiempos de "autenticidad" pero a algunos nos parece muy bien, porque una cosa es pretender la recuperación histórica, cosa loable, y otra es que los músicos no pueden poner parte de sí en la interpretación de la música. Y Maria João Pires lo pone todo a la hora de interpretar. Su música es de una belleza clara y transparente pero forjada a base de una técnica precisa y un conocimiento exhaustivo de las partituras. La perfección en el fraseo, en las dinámicas, muestra un dominio impresionante del instrumento y un buen conocimiento de la música que interpreta.
Empezó su actuación con tres danzas argentinas de Ginasterra, que sonaban modernas en el piano de la portuguesa, recordando el "pianismo" de los jazzmen americanos del tipo de Keith Jarrett o Herbie Hancock.
De ahí da un salto la Sonata K 208 en la mayor, de Domenico Scarlatti, en los prolegómenos del clasicismo, con un músico que, en las notas al programa se destaca por trabajar en la corte española, aunque se omite que antes lo hizo en la portuguesa y que llegó a nuestro país como acompañante imprescindible de Bárbara de Braganza cuando ésta se casó con Fernando VI (a la sazón príncipe de Asturias). La versión personal de la sonata de Scarlatti es de una gran belleza y destaca la modernidad del autor, tal vez minusvalorado en la Historia por su carrera Ibérica, alejada de los centros del poder (musical) de la época.
La primera parte culmina con la Sonata en la mayor D 664, de Franz Schubert, tal vez uno de los músicos con los que la pianista deba sentirse más a gusto por su mezcla de clasicismo vienés y originalidad romántica. La precisión de la música y el detalle con que se subrayan los movimientos armónicos de la pieza no son obstáculo para un ejercicio de auténtica expresión en una lectura muy apropiada de la partitura.
La segunda parte se inicia aún con Schubert, pero ahora con la presencia del violonchelo de Pavel Gomziakov, tocando la pieza conocida como el "Arpeggione", por estar dedicada a ese instrumento, hoy desaparecido, similar a la viola de gamba pero con seis cuerdas que se afinaban como la guitarra. Gomziakov viene trabajando con la pianista por lo que se notó cierto entendimiento que hizo sonar la música de forma fluida. Es un chelista de técnica y sensibilidad, como no podía ser de otra forma.
El recital culminó con Beethoven (Sonata 31 en la bemol mayor, Op. 110), alcanzando su apogeo con ésta, una de las últimas sonatas del maestro. Es sabido que no son piezas fáciles, en las que de nuevo se une una interpretación romántica a un "pianismo" contrapuntístico en las fugas muy riguroso, pero el equilibrio de la pianista construyó una interpretación magnífica.
Maria João Pires es una gran pianista pero no una diva inaccesible, sino que, por el contrario, es una mujer de compromiso con la cultura. Transcribimos a continuación su manifiesto para su Art Impressions:
"Los espectáculos propuestos por el equipo "Art Impressions", cuyas distintas formas de expresión artística se empeñan en hacer al público partícipe del evento, se inscriben dentro de un planteamiento tanto ético como estético. Escogí el tema de la "transmisión" para hacer hincapié en el concepto de la solidaridad: entre las generaciones, las culturas, los individuos. En un mundo dominado por un neoliberalismo económico usurpador, en el cual el cinismo del comportamiento contradice continuamente las propuestas tranquilizantes, se asiste inexorablemente a un mayor distanciamiento entre los distintos niveles de vida, con sus consecuencias: la pobreza, la regresión moral, la violencia, el repliegue de la identidad. En este contexto, es evidente que el arte no lo puede todo. Pese a ello, con sus propios medios, puede constituir un principio de "revolución pacífica", restaurar la dignidad allí donde parece haber desaparecido, inscribirse en el desarrollo general de la educación, y resultar una alternativa espiritual a la dominación del mercado. Así mismo, la preocupación del público traduce la preocupación del hombre, quien, más que nunca, debe poder disponer en su interior de defensas contra las circunstancias que lo alienan. La sensibilidad artística, al favorecer la autonomía y el desarrollo propios, constituye una de estas "defensas": creer, como lo hago, en su poder de transformación del mundo, es sin duda una utopía, pero es una utopía necesaria."
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Maria João Pires.

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